Jugando a hacer política
Por Josefina Patiño
En principio poco movimiento, la facultad indiferente al momento, la cotidianeidad de un día sin sobresaltos. Una especie de zigzagueo entre bajar unas escaleras hasta el subsuelo, girar a la izquierda, seguir un pasillo largo, extenso, hasta llegar a una rampa negra, no demasiado ancha, y sobre un costado una enorme puerta de vidrio con inscripciones en azul que decían “Pontificia Universidad Católica Argentina”, y un poquito más abajo, “Auditorio Santa Cecilia” (fácil de encontrar dentro de ese inmenso mundo que es la facultad, simplemente siguiendo las indicaciones que parecían señales de tránsito pero que, cumpliendo su función, guiaban hasta el lugar).
Eran las seis menos cuarto, faltaban quince minutos para el evento. En la espera no más de tres o cuatro personas, todos jóvenes estudiantes, que al llegar, preguntaban, luego de haber intentado abrir la gran puerta de vidrio como si estuvieran en su casa, “¿está cerrado?” y, ante la ausencia vacía de respuestas murmuraban: “¿los del centro de estudiantes no deberían estar?...¿no lo organizan ellos?”. Todos se veían ansiosos y el asomarse por el pasillo no calmaba sus ansias, ya que a lo lejos, todos los trajes confundían, y vestir de traje era regla para todos los hombres del lugar. De pronto, un joven alto, con pelo ondulado y rubio, de aproximadamente 1.80 m. de altura llegó junto a un hombre de camisa blanca y pantalón gris, que nunca hubiese aparentado ser quien realiza el mantenimiento del lugar. Ellos abrieron las puertas del auditorio e invitaron a los que querían a ingresar.
Mucha luz, mucho blanco, mucho brillo. El auditorio no tenía esas cualidades propias del resto de la facultad; era más bien gris, nublado, tenue, no muy grande sino ancho con butacas, tan cómodas como las de las salas de cine, y eran grises sobre alfombras grises. El lugar estaba en desnivel de arriba hacia abajo, y al terminar un escenario, de madera clara, del mismo ancho que la sala; sobre este escenario había también un atril, que tenía incrustado el escudo de la facultad, y a un costado un escritorio recubierto de una tela celeste, que amedrentaba el brillo que producía el impacto de las luces dicroicas, las cuales iluminaban con más intensidad en el sector del escenario que en el resto del lugar. Sobre el escritorio un micrófono y tres botellitas de agua que luego serían acompañadas por copas de aparente cristal, y a ambos costados dos carteles que marcaban la presencia de los auspiciantes del evento: el centro de estudiantes de la Facultad de Derecho y el de Ciencias Políticas. Las butacas estaban divididas en tres hileras y ocupaban la mayor parte del auditorio, sin embargo, se iba acercando y pasando la hora de la cita y el lugar estaba semi vacío, con un leve murmullo de fondo que recordaba los minutos previos al inicio de cualquier función de teatro. Los actores se hacían esperar y, mientras tanto, el tema obligado era sin duda la política: “Duhalde es pesado, tiene mucho peso en la política”... “Cavallo está totalmente desacreditado”, esos eran algunos de los comentarios de los alumnos que esperaban el anunciado debate pero que no superaban los lineamientos de lo obvio, no eran más que simples palabras repetidas.
Finalmente, empezaron a llegar algunos fotógrafos, más tarde camarógrafos de algún canal de televisión, pero el canciller Bielsa y Elvio Vitali (candidato a legislador por el Frente para la Victoria) se hacían esperar. Pasado un rato y rozadas las siete de la tarde, una hora después del deber ser, hizo su ingreso por una abertura a un costado del escenario, el candidato a diputado y actual canciller Rafael Bielsa, y escoltando su fuerte presencia, dos alumnos de traje que se presentaron como los presidentes de los centros de estudiantes organizadores. Ellos comenzaron la charla, y el canciller hizo una pequeña cronología de su vida política, abriendo el debate. En ese momento, de manera informal entró el primer candidato a legislador y presidente de la Biblioteca Nacional, Elvio Vitali, y se acomodó en el escritorio para formar parte del debate. Es un hombre de mediana estatura, cabello negro un poco despeinado, con una mirada sin gesto y ojos penetrantes, acompañados por una barba que devela que no se ha afeitado por lo menos por dos días... Igualmente viste un traje gris y una camisa blanca, para cumplir con cierta formalidad, aunque sin corbata y parece estar cansado. Observa la charla sin demasiada atención, se refriega con las manos su cara y su semi- barba como con sueño, juega con los lentes, apoya sus brazos sobre el escritorio y se hamaca en el sillón de cuero negro sobre el que está sentado, por momentos se recuesta hacia atrás y luego se inclina hacia delante. Sólo reaccionó, mostrando su voz gruesa y un tono gracioso como para distender el apesadumbrado espacio, ante la respuesta del canciller sobre su posición respecto del aborto, con el que disiente, recalcando su postura a favor del mismo y contando que ha tenido alguna experiencia personal al respecto. Mientras tanto, un hombre de seguridad les alcanza un paquete de cigarrillos para ser compartidos por ambos candidatos a lo largo de la charla. El resto de las preguntas no armaron un verdadero debate, fueron simples alusiones a cuestiones fácilmente dilucidadas por Bielsa sin más trabas en el camino. El cierre con la última pregunta, aunque algunos se quedaron con las ganas de preguntar, fue dejado por el canciller al candidato a legislador, aunque luego no aguantó las ganas y terminó dando su opinión para finalizar con la charla.
Sobre la retirada una situación rara, extraña, un chico de jeans y buzo verde se acercó a Bielsa con una cámara de video y le hizo filmar un saludo... minutos después se vio obligado a sacarse una foto con un chico ante las palabras de uno de sus guardaespaldas: “dale... que se saque una foto que sino la madre me mata”... algunos fanáticos... otros juegan a la política... y otros son simples nenes de mamá.
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